29 de julio de 2011

Musealizando cachos romanos

Zaragoza lo tiene todo. Tiene cachos romanos, un pedazo de trozo de palacio andalusí, un mudéjar de alucinar en colores y restaurantes con sushi infinito. No puedo sino loar a quienes hayan llevado a cabo la musealización de los primeros, porque han logrado hilar muy fino, cosa nada fácil.

Me explico: han sabido llegar a quien controla de piedras romanas y excavaciones arqueológicas y a quien va neófito de la vida sin haberse cruzado nunca con un tepidarium. Los audiovisuales son un arma de doble filo: pueden enganchar o pueden hacerte querer pegarle fuego a todo, y aquí han conseguido -mediante un buen hacer poco habitual- lo primero, para todo el mundo, sin llegar a resultar pretenciosos.

En las Termas, por ejemplo, queda un trozo de piscina mal conservada con su revoco rojo y medio vestigio de unas letrinas anteriores. Con eso han montado un rinconcito la mar de acogedor, con una maqueta de la distribución de los espacios para que la invidencia pueda disfrutar también del tema y hurgar, y una vitrina con cosejas que han salido en la excavación. Con eso, que de por sí te podrías quedar igual, han logrado sacarse de la manga un audiovisual sencillico y muy eficiente, en el cual un pavo contemporáneo a la construcción de las termas le cuenta el proceso a un colega que vive en el campo, por carta; dibujando la planta, contándole su rutina cada día, quién las ha pagado y demás. Ya está. Con una producción exquisita y nada estridente, te tienen diez minutos pegado a la pantalla sin morirte del aburrimiento porque te están contando por trigésimo novena vez qué es un frigidarium y sin morirte del aburrimiento porque no entiendes ni jota. La narración, como siempre, se presenta como un vehículo de aprendizaje mucho más eficaz que la catarata de datos.

Y no acaba aquí la cosa. En el Puerto Fluvial, unos simpáticos señores dibujados y proyectados te van guiando por los restos, una vez más sin aburrirte, explicándote sin que te enteres de que te están impartiendo una clase velada de cultura romana los entresijos de la navegación fluvial en el Ebro. Es significativo que salgas sabiendo qué has visto, porque doy fe que o te lo cuentan o ahí ves un bonito montón de sillares -muy bien colocados, eso sí- que no sabes de dónde vienen ni a dónde van -cosa normal, por otra parte, en los restos arqueológicos descontextualizados-. Necesitas que te den el contexto. Y este contexto viene dado de forma amena y placentera, y sales de allí más feliz que las pesetas.

Me dejo para el final lo que logró emocionarme: en el Foro, que es un bujeraco enorme, el Ebro te cuenta su vida. No sé quién le pone la voz, pero logra transportarte a otros tiempos. Conoces de dónde salió la ciudad, cómo creció, cómo se zumbaron la mitad con las invasiones para levantar la muralla... Y todo ello, épico. Aparte, claro, de las vitrinas que no tienen las cosas puestas porque sí -es raro ver eso últimamente, pero algún "pongoloquetengoquememola" queda por ahí- y el trozo de alcantarilla que cabe uno dentro, y los niveles del suelo a lo largo del tiempo marcados en la pared.

Es una ruta ideal para hacer con cachorros. Además, y quizá lo dé la tierra, la gente es maja y hace malabares para que llegues a todos los audiovisuales. E, insisto, cuando hay sushi sin conocimiento entre yacimiento y yacimiento, el tema llega a cotas de disfrute astronómicas...

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡Dime cosicas bonicas!