10 de abril de 2008

El Reino de los Cielos

No sé por qué no me había metido todavía con este glorioso buffet libre para el destripe.

(Si no se ha visto... no sigas leyendo, pequeño padawan).

La peli empieza estupendamente, con Loarre al fondo, un herrero viudo inexpresivo como él solo y unos cuantos caballeros que lo quieren invitar a la fiesta de la carnicería en Tierra Santa. El grupo promete un huevo, tienen pinta de dar hostias como panes (que es la razón fundamental por la que una se mete a ver pelis de medievalos, aparte de para copiarles los modelitos a las pibas).

Pero la ilusión dura dos telediarios, porque se cicutriñan unos malos a toda la peña en el bosque. Hay que joderse: nos sobreviven el herrero, justo el que no tiene ni puta idea de matar gente, y el padre que acaba mu mal. Pero le da tiempo a nombrarlo caballero y a darle la escritura de su secarral en Palestina e instrucciones para llegar hasta allí.

Inciso: hablemos del herrero. Este señor tiene la culpa de que Legolas se me cayese del pedestal donde lo subí cuando me leí El señor de los Anillos en sexto de primaria; también me lo imaginaba rubio, pero sin tanto parecido a Paris Hilton. Haciendo de elfo con ojo entrecerrado, pase su jeta de pasmao, porque va en el papel...


¡Pero aquí se pasa con esa misma cara toda la pinícula! Vale que las melenas y la barbucia lo disimulan un poco, pero tiene menos la expresividad que un capitel papiriforme egipcio. He dicho.

Total, que el colega termina en Mesina esperando un barco. Nosotros no nos enteramos, porque los tiempos están mal llevados de cojones; pero en ese tiempo se apunta a la Uned y se saca Agrónomos y Caminos con Matrícula de Honor, además de un cursillo de Táctica Bélica de CCC. Cuando por fin viene el jodido barco, se ha convertido en una máquina del saber.

No me acuerdo muy bien, porque sólo me he atrevido a verla una vez y hace mil años, pero la cosa es que termina en Tierra Santa, le presentan al pobre rey leproso y a su hermana, una piba casada que le pone mogollón. Tú piensas que por fin vamos a ver un poco de argumento, una poca de tensión sexual y tal, pero no: en la primera visita que le hace al secarral, se la cicutriña. Joder. Qué poca intriga, leches.

Lo del secarral es otra historia. Con sus vastos conocimientos de Agrónomos y el diploma de zahorí que se supone se ha sacado aprovechando el tiempo en el barco, monta un sistema de irrigación cojonudo y convierte el desierto de judea en un vergel. ¡Con dos cojones, sí señor! Un buen partido, que diría mi abuela.

Luego te duermes un poco, el leproso cuenta su vida, todo el mundo acojonao con Saladino, un viejo que lleva las barbas con henna da un poco por culo, y ya estás haciendo mentalmente la lista de la compra cuando te enteras de que se ha muerto el leproso, que los árabes los van a hacer puré de cristiano invasor y que al pobre herrero-amante-de-la-hermana lo dejan al mando de la defensa de Jerusalén.

¡Por fin, hostias como panes! Te quitas la modorra y te pasas un cuarto de hora alucinando con lo que aprendió nuestro amigo el herrero en CCC. Además, inventa la movida ésta del efecto dominó, pero con torres de asalto (a lo bestia, como buen medievalo). Mientras la gente muere, la hermana del leproso tiene un momento Mulan-Llongueras y se quita las melenas y se pone a hacer torniquetes a los heridos.

Al final, y después de una más que probable intervención de Supernanny, Saladino y el Herrero se ponen de acuerdo como buenos hermanos: yo te doy la ciudad y tú no me matas a la gente. Y todos tan amigos. Tirorí, tirorí.

¿Qué conclusiones prácticas sacamos? Una muy fácil: si te cortas el pelo, no te conoce ni tu padre.

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