25 de julio de 2010

El premio de Bernardo

San Bernardo de Claraval fue uno de esos señores que dejan huella. Mayormente, por su culpa tenemos maravillosos monasterios cistercienses; además, se dedicó a intervenir en los devenires históricos de su tiempo y a escribir reflexiones místicas.

Lo gracioso de un personaje tan potente es la mala suerte que ha tenido en su forma de pasar a ser representado iconográficamente. Como es lógico, va vestido con el hábito blanco de los cistercienses, con su tonsura/calva, y a los pintores (y comitentes) les entusiasmaba aquella historia del premio que la Virgen María le otorgó por su defensa cuando lo de la inmaculada concepción no era dogma todavía. ¿Cómo recompensar a Bernardo? Curiosamente, con leche. No con "una" leche, sino con el mismísimo calostro divino.

¿Me das un poquito?


Se representa el asunto con Bernardo arrodillado con cara de alucine y gesto humilde, en plan "bueno, oyes, pues si es lo que crees que merezco, trae pacá". El niño (con el cual hoy no nos metemos) está siempre presente, vigilando que no se lleve más ración de la que le corresponde, y en algunos casos colaborando activamente con el milagro.

-A ver madre, déjame que apunte y sueltas el chorro cuando te diga...

Me imagino que el primero que se viese en la tesitura de representar esta lactación mística se devanaría los sesos tratando de encontrar una forma alternativa al amamantamiento tradicional, porque poner a un señor con los morros pegados al pezón de la señora no debía de parecerles decoroso para un asunto religioso. ¿Cómo lo solucionaron? Pues preparen, apunten...

-¡Glopsglopsglops!
-¿Cómo es, Bernardo, cómo es?
-¡Como beber de un botijo!

Disparen.

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