Qué bonitos mis piedros históricos. ¿A quién no le levanta el ánimo una portada del último tercio del siglo XII con influencias silenses y de Chartres? Con sus santirulicos, sus pecados varios, sus cosas inexplicables y los hombrecillos cabezones encodrijados, adaptados al marco tan felices, viendo pasar los eones como si tal cosa desde su arquivolta. Viejos apocalípticos tocando el casiotone medieval a cuatro manos. Turistas que te ven emocionada explicando el paso de danza y el pliegue en uña bizantino y te preguntan historias absurdas estilo cuarto milenio, llevándose un corte de narices.
El antidepresivo definitivo, hermanos, no es el chocolate, ni siquiera la pasta: es la escultura románica.
El antidepresivo definitivo, hermanos, no es el chocolate, ni siquiera la pasta: es la escultura románica.
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