20 de agosto de 2008

El efecto retroactivo de Bernini

Si, soy una pitijosa. Pero reflexionar sobre ciertos temas ligeros me entretiene y mucho. Ayer, continuando mi maratón tudoriana, me plantaron una vista aérea del Vaticano con su plaza abrazante y el eje cronológico que llevo dentro gritó que a eso le quedaba siglo y algo para ver la luz.

Me imaginé a los tíos que se encargan del decorado y demás.
-Buf, colega, ¿cómo situamos lo del Vaticano?
-Ostia, Jeff, pues con la plaza esa tan molona en un travelling aéreo que rescatamos de cualquier urbi et orbi de archivo...
-No, Harold, joder; que eso se hizo dos siglos después.
-Joder. Pues una simulación de estas guapas que se curra el de animación.
-Mmmm... Vale... ¿Pero cómo era el Vaticano antes de la plaza esa?
-Er... Ni zorra. Pero el capítulo tiene que estar para mañana.
-Mira, pon el travelling y que le den por culo. No se va a enterar nadie, la gente sólo ve la serie por las tetas de Bolena y porque no hacen más que follar. Además este capítulo se abre con una paja. ¿Quién va a reparar en arquitectura después de ver al Rey de Inglaterra cascándosela?

Más o menos. La verdad es que da igual. Pero a veces me hace gracia la inmortalidad del colega Bernini, que de una remodelación urbanística (bastante más impresionante antes de que abriesen con bulldozer la Via de la Conciliazione para hacer desfiles mussolinianos y se cargasen el efecto sorpresa de salir de la callejuela y toma columnata, cabrón) logró que todo el mundo se imagine San Pedro y aledaños como una cosa inamovible en el tiempo, como si siempre hubiera tenido ese aspecto.

Qué grande, Gianlorenzo.

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