21 de enero de 2011

Bomarzo

Hoy que luce un sol estupendo al lado del mar bajo el cual una trémula rasca hace que se encojan los colgajos (valga la aliteración) de todos los mortales que osan poner un pie en la calle sin la debida protección de una pelliza de grosor adecuado, veo la necesidad de ausentarme -aunque sea con la imaginación- de la que Cernuda llamó existencia mezquina, y así viajar a lejanas tierras de ocultos rincones a cuál más sorprendente. Así pues, nada mejor que cambiar un poco de tercio e irnos al culo del Lazio, a la inverosímil localidad de Bomarzo.

Quisieron las fuerzas telúricas que en la familia Orsini naciera un señor al cual se le juntaron unas cuantas neuronas un día, decidiendo perpetrar un jardín un tanto especial. Una se enteró de que este lugar existía el verano entre primero y segundo de carrera, en un viaje a Roma non-stop que incluía una excursión a Viterbo: fue en esa maltrecha localidad decepcionante desde el punto de vista piedrístico -ya que quedaban dos guijarros y medio después de la II Guerra Mundial- donde, tras hablar con un simpático señor de la oficina de turismo, se decidió visitar dicho jardín, conocido también como Bosco Sacro o Parco dei Mostri.

¿Cómo llegar a él? Desde Viterbo salía un autobús -el vehículo debieron de comprarlo en Azerbayán en un mercadillo, a juzgar por su suspensión y el estado de la tapicería- que, recorriendo una carretera que desafía el estómago más templado, tenía su parada en la localidad de Bomarzo. Una vez allí, has de seguir una carreterina y un camino de cabras hasta llegar a una espesura inquietante donde emerge una especie de kiosko gigante donde te venden entradas adosado a una especie de cafetería cuya suculenta especialidad es la pasta-plasta: igual da si han sido antes macarrones o conchiglie, porque su aspecto es de entrañas de ballenato revueltas.

Anecdotario logístico aparte, hay que decir que todo ese camino se hizo bajo un cielo plomizo, con sus relámpagos y truenos, y una amenaza de lluvia ominosa que no era capaz de doblegar nuestro espíritu aventurero -y temerario-.

Tampoco tenía muy claro qué me habían llevado a ver, pero tras degustar la bazofia indeterminada de aquel sitio, nos adentramos en el Bosco, con nuestros relámpagos de fondo y un mantel de la cafetería como mapa (cutreces que se encuentra uno, sí). Cuál no sería mi sorpresa al encontrar no ya un "jardín", sino una auténtica "villa de las maravillas" donde entre árboles, arbustos y matorrales emergían, bajo las sombras amenazantes de las nubes negras, esculturas fantasmagóricas de dudoso significado, sujetas a interpretaciones alquímicas, salidas de la mitología, dispuestas a jugar con los sentidos de los mortales...


Entre el musgo y las hojas que padecían el verano, siendo los únicos osados visitantes que aquella tarde de Julio se atrevían a exponerse al chaparrón entre las vetustas imágenes de dioses trasnochados, caminamos sobrecogidos por el silencio del lugar.



No encuentro imágenes que hagan justicia a la sensación lóbrega e inquietante de aquel día, y las que yo pude captar se hallan fosilizadas a media península de distancia. Tendrá cada uno que imaginarse el momento en que la tempestad, al fin, estalló, haciendo impepinable la necesidad de buscar refugio, siendo toda una sorpresa encontrarlo...




...en la mismísima boca del Infierno, entre las fauces del Orco, que se abrían tentadoras para engullirnos y protegernos, paradójicamente, de las incesantes gotas de lluvia. Allí, en el interior de esa cueva, donde destacaba una mesa central -tan apropiada para hacer sacrificios rituales como para zamparse un bocata de mortadela o entregarse al vicio carnal- esperamos a que cesara la tempestad.

(El viaje de vuelta fue otra odisea, pero es otra historia y tendrá que ser contada en otra ocasión)

En cualquier caso, recomiendo a los viajeros inquietos una incursión a este paraje encantado, poseedor de una magia especial: es difícil quedar indiferente tras haber paseado entre sus monumentales piedras, con sol o con lluvia, niebla o rocío. Mientras, ya que el teletransporte es aún una ciencia poco desarrollada, nos conformamos con lo que la tecnología puede ofrecernos, que son imágenes tomadas por otros, e invitaciones a la visita...

1 comentario:

  1. Voy a ser breve porque he entrado en tu sitio ya tarde, pero no he podido dejar de leer unas cuantas entradas al azar. ¿¿Cómo es posible que no haya encontrado comentarios??¿¿Cómo puede ser que haya dos seguidores??¡¡Cagüental!!

    Pero lo que me ha rematado -aparte de tu prosa atrevida- es esta entrada sobre Bomarzo, un sitio que tuve la suerte de conocer este pasado verano y que llevaba deseando visitar desde hace un montón de años, después de haber leído con verdadero deleite el libro de Manuel Mujica Lainez.

    Por cierto, por lo poco que he leído en tu blog, parece que te dedicas también a la enseñanza ¿no?

    Ya vale. Un saludo segoviano.

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